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Cómo se construye la compasión hacia otra persona o hacia una misma

La compasión en una misma y en los demás

La compasión es el conjunto de acciones dirigidas a identificar el sufrimiento en el otro y buscar diferentes formas de solucionarlo. Este comportamiento típico a nivel social genera controversia y nos encontramos con el rechazo de algunas personas hacia él y el mal uso por parte de otras. Sin embargo, esto se debe a que está mal entendido y gestionado. Además, esto también hace que no lo sepamos usar con nosotros mismos, algo que es básico en el desarrollo del amor propio.

¿Qué es realmente?

Podemos definir la compasión como una serie de pensamientos, actos y emociones que se dirigen hacia el otro o hacia uno mismo en momentos de malestar o sufrimiento. Lo que yo hago hacia el otro o hacia mí misma tiene como fin apoyar, escuchar, empatizar o ayudar.

Esta es la definición y lo que es realmente la compasión. El problema surge cuando confundimos la compasión con otro tipo de acciones, distorsionando sus funciones y llevándonos a conductas que acaban no siendo buenas. Por eso, sentimos el rechazo hacia la compasión, por lo mal que puede estar siendo entendida o gestionada.

¿Qué elementos usa la verdadera compasión?

Lo primero que hace la compasión es detectar el malestar o el sufrimiento que la otra persona o yo misma estoy viviendo. Observa la intensidad de dicho malestar, ve qué se puede necesitar y lleva a cabo una serie de acciones. Lo que deberíamos lograr es un alivio o una ayuda, a veces momentánea y a veces duradera.

Entre los elementos en los que se apoya la compasión encontramos:

  • Empatía: veo qué le ocurre al otro y escucho sus necesidades.
  • Individualidad: conozco la realidad de la otra persona, respetando su espacio y sus límites.
  • Escucha activa: genero acciones que quieren profundizar de una forma no invasiva en lo que la otra persona siente.
  • Ayuda: cuando sea necesario y cuando la otra persona así lo requiera, puedo generar una serie de acciones concretas para ayudar.
  • Acompañamiento: me quedo y acompaño en el dolor.
  • Silencio: a menudo, la compasión también es un acto de silencio, donde sumado al acompañamiento, me quedo callada al lado de la otra persona sosteniendo lo que siente, sin responsabilizarme.
¿Qué NO es la compasión?

El problema de la compasión es que lo hemos ido distorsionando, impulsado por constructos sociales, llegando a un punto de mala gestión y rechazo. Mientras mantengamos los mitos sobre la compasión o mientras que lo sigamos usando mal, no podremos conectar correctamente con sus beneficios.
Es importante que veamos qué no es la compasión y las consecuencias de la mala gestión.

Esto es lo que ni es ni debemos hacer:

  • No salva: No quiero quitarle al otro el malestar ni liberarlo de todo lo que ocurre. Eso me llevará a la frustración o la impotencia.
  • No es sacrificio: no antepongo al otro a mis necesidades ni me voy al sufrimiento para ayudar al otro. Esto duplica el malestar, teniéndolo yo también y, en muchas ocasiones, llevando a la culpa a la otra persona.
  • No es responsabilidad: sé separar las responsabilidades personales y las de la otra persona, ayudando hasta donde el otro quiera. También llevaría a la culpabilidad de la otra persona y a su no validación. “Es que lo que tú necesitas…” es una frase que no hay que usar en la compasión, porque es la otra persona la que debe decidirlo desde su propia responsabilidad.
  • No anula: cuando queremos salvar y nos sacrificamos por el otro, acabamos matando la valoración personal de la otra persona. Si me responsabilizo del camino de los demás, no les doy su espacio de crecimiento.
  • No asfixia: escucho y acompaño respetando en todo momento los límites de la otra persona. A la culpa que esa compasión mal gestionada nos llevaría habría que sumar el sentirnos agobiados y completamente invadidos por el que “solo quiere ayudarnos”.
  • No es lástima: la empatía no lleva a la lástima ni a la pena. Sentir tristeza por el malestar es una cosa y querer dar amor a esa pena, ya es otra cosa.
La compasión se gestiona desde una emoción

Como cada grupo de acciones y pensamientos, hay una emoción detrás que marca el camino a seguir. Lo que socialmente entendemos como emoción de la compasión es el amor, siendo esto un error. De hecho, el amor en situaciones de malestar lleva a conductas que no benefician a medio y largo plazo.

La emoción de la compasión es la tristeza: detecto la pérdida de la otra persona o la propia (malestar o sufrimiento) y llevo a cabo una serie de acciones dirigidas a solucionar o paliar el problema (desarrollo).

El amor, sin embargo, es la emoción que se activa ante el espacio seguro y el sentirnos parte de una unión. Nos lleva a ser nosotros mismos y crear lugares donde ser, crecer o recuperar partes de nuestro pasado perdidas. Si cuando el otro tiene una pérdida (malestar) yo le doy amor, lo que estoy haciendo son conductas donde quiero salvar, evitar su sufrimiento, invadir responsabilizándome y no dejando espacio para el crecimiento.

Ante el malestar, lo que yo debo buscar es ayudar en el desarrollo de la persona, nunca salvar ni dar amor. Esta última emoción es para otros momentos.

Actos de desarrollo hacia uno mismo

En la mayoría de las situaciones, tenemos claro cómo activar y ejecutar la compasión hacia la otra persona. Sin embargo, nos resulta tremendamente frustrante cuando lo queremos hacer con nosotros mismos. Nos podemos ir al control, al catastrofismo o, incluso, al autocastigo. La parte positiva es que estamos diseñados para ser compasivos tanto hacia los demás como hacia nosotros mismos. Aunque en la etapa adulta no sepamos ya hacerlo, podemos reaprender.

Sigue estos tres consejos para ser más compasiva contigo misma:

  • Escucha de las necesidades: en primer lugar, tengo que tener claro qué es lo que verdaderamente necesito. Para ello, puedo escribir una lista de todo aquello que puede ser útil, separando lo que puedo darme yo mismo de lo que podría buscar en los demás. Eso sí, sin excedernos en autosuficiencia, debo primar lo que puedo gestionar por mí misma.
  • Desarrollo: lleva a cabo todas esas acciones destinadas a tu propio desarrollo. Piensa, por ejemplo, en cómo lo harías con otra persona. Externalizarlo y vernos desde fuera nos lo pone más fácil.
  • Diálogo compasivo: cambia las palabras que te dices, tanto las catastróficas como las del castigo. Es importante no caer ni en el rol de verdugo con una misma ni en el papel de víctima. Ninguno de esos papeles te ayuda, sino que perpetúa el problema y lo agrava.
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