Cuando focalizamos en compararnos con los demás siempre lo hacemos de una forma que tendemos a quedar por debajo. Eso daña mi autoestima y mi valoración personal. Además, se acompaña de una serie de distorsiones cognitivas, esquemas mentales erróneos que acumulamos y que impactan en nuestra vida. Sin embargo, el hecho de compararnos también puede acabar siendo algo positivo. Solo tenemos que saber cómo enfocarlo y cómo restructurarlo.
¿Qué implica compararnos?
Compararnos con los demás es un mecanismo del cerebro en el que de forma ya inconsciente pone el foco en lo que el otro tiene y a mí me falta. Esa visión estará sesgada, ya que observaremos solo una parte de la otra persona para compararlo con una parte nuestra. Obviaremos todo lo demás y concluiremos finalmente que el otro es mejor que nosotros. De esta forma, al irlo repitiendo con diferentes personas de nuestro día a día (incluso gente a la que no conocemos, como famosos) sentiremos que nunca somos suficientes y que ni estamos a la altura ni lo estaremos nunca.
Como vemos, en el hecho de compararnos existen factores relacionados. Nos encontramos con la autoestima, la falta de valoración personal y distorsiones cognitivas. Pero, además, dependiendo de la persona, veremos que existen también una serie de actos que intentan sobrecompensar eso que creemos que nos falta. Aquí aparecería el perfeccionismo o la autoexigencia.
Distorsión cognitiva
Necesitamos de esquemas prefijados en nuestro cerebro que nos ayudan a interpretar y esquematizar el mundo. Si el cerebro viviera como una novedad cada detalle, colapsaría, por lo que es necesaria la automatización de determinados procesos. Esos esquemas nos pueden ayudar o entorpecer. Cuando nos dificultan en nuestro día a día se les llama distorsiones cognitivas. Son formas erróneas y automáticas de analizar nuestro alrededor de una manera que no es fiable ni adecuada.
El compararnos con otras personas y concluir que somos mejores o peores es en sí una distorsión cognitiva. Es automático, sesgado, lleva con nosotros mucho tiempo y tiene consecuencias negativas para nosotros. Racionalmente podemos ver que la comparación no es real, pero no podemos dejar de hacerlo; es ya parte de nosotros.
La autoestima
Con la autoestima y el compararnos pasa lo mismo que con el huevo y la gallina: ¿Qué fue antes? Independientemente de su origen, lo que sí sabemos es que, actualmente, se retroalimentan en nosotros. Me comparo y baja mi autoestima; mi autoestima está baja, me comparo aún más. Por lo tanto, a nivel de resolución no nos interesa tanto el origen y qué fue primero, sino romper el patrón y trabajar ambas partes.
Está claro que compararnos con los demás y no tener la autoestima en su punto óptimo nos influye de forma muy negativa. Y cuanto más se extrema la comparación o la autoestima, más nos acaba afectando. Además, esto también se relaciona con épocas de estrés, donde más impactará en nosotros y peor desempeño tendremos.
El orgullo
Nuestro sistema emocional está más presente en nuestra vida de lo que creemos. De hecho, está siempre presente, incluso cuando creemos no estar sintiendo ninguna emoción. En el ámbito de las comparaciones y la autoestima existe también una emoción sobre la que gira todo: el orgullo.
El orgullo es entendido socialmente desde el plano de la soberbia, el rencor o la superioridad. Sin embargo, eso solo son aspectos negativos de la emoción. Como tal, el orgullo es la capacidad de saberme valorar y reconocer y hacer lo mismo con los demás. Busca el estatus personal e individual, nunca el social. De hecho, el estatus social está construido sobre la comparación, sobre la jerarquía donde alguien es mejor/peor que otro. Y ahí residiría la comparación, en un orgullo que ha perdido su estructura principal y la ha sustituido por otra que nos daña y nos perjudica.
Mecanismos de las comparaciones
En cuanto a aquello que empezamos a hacer cuando nos comparamos con los demás, dependiendo de la persona, tendremos varias estrategias:
- Perfeccionismo: al ver que los demás son mejores que yo, lo que hago es buscar la perfección y la excelencia en todo lo que hago. No busco como tal estar por encima, sino que la perfección sea reconocida por los demás y yo no caer mucho en la jerarquía que me he construido en mi cabeza.
- Autoexigencia: en este caso, sí quiero ser el mejor. Quiero destacar, que toda la responsabilidad sea mía y tener siempre ese control. No busco realmente el aplauso, no es un mecanismo donde haya vanidad, sino que todo mi esfuerzo me haga sentir que nadie está por encima.
- Derrotismo y catastrofismo: este mecanismo implica la creencia de que todos son mejores y que yo he perdido el control para cambiar eso. No me esfuerzo como tal en alcanzar metas o en proponerme objetivos. Caigo en un estado de desilusión y tristeza.
¿Puede el mecanismo de compararnos aportarme algo bueno?
La mayoría de nuestros esfuerzos mentales van dirigidos al dejar de compararnos. Pero ¿qué ocurre? Que lo que estamos haciendo al poner el foco en ello, es intensificarlo. Por tanto, como primer gran paso, no se trata de dejar de compararnos, sino de restructurarlo y usarlo a nuestro favor.
Si retomamos el concepto del orgullo, lo que hago es valorarme a mí, alcanzar un estatus personal donde yo soy mi mejor versión cada día. Eso no lleva autoexigencia ni perfeccionismo, porque de base yo ya me valoro. Si mañana soy mejor, perfecto; sino hoy ya estoy contento conmigo mismo. Por tanto, el orgullo va, finalmente, a la admiración personal y a la admiración de los demás.
¿Qué hago cuando me comparo? Que no admiro al otro ni me admiro a mí. Y como tal eso no lo puedo revertir de forma inmediata. Pero sí tengo que escuchar dónde estoy poniendo el foco. Si me comparo, por ejemplo, con una compañera de la oficina porque a ella le han ascendido, ¿no sería bueno acercarme y comunicarme? ¿Qué tiene ella que no tenga yo? A veces es cierto, esa persona tiene algo que yo no tengo o no sé hacer. Pero si me voy al derrotismo o al rechazo, no sabré exactamente qué es.
El mecanismo que puede ayudarnos a superar el compararnos es el acercarnos al otro. El rechazo hacia los demás o hacia uno mismo no nos ayuda. Sin embargo, sí podemos entablar una comunicación o lazos con otras personas que nos ayuden a crecer y a transformarnos. Además, descubriremos que también tenemos mucho que aportar a los demás.
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He llegado a un punto en mi vida , que no era nada facil, que no puedo confiar en nadie. Soy jubilada, feliz a mi manera en solitaria con mi perro y gato. nuestro pagina me ayuda mucho de entenderme mejor. Gracias.
Hola Manja.
Muchas gracias por tus palabras. Te agradezco mucho que leas el blog y que participes en él.
Un abrazo.
Vega Marcos. Psicóloga de Somos Psicología y Formación.