El cerebro está diseñado para automatizar muchas de las tareas que realizamos cada día. Si tuviera que procesarlo y analizarlo activamente, gastaría mucha energía y no daría abasto. Tareas como conducir, ir al trabajo, cocinar o ciertos tipos de pensamientos, a base de repeticiones, se han automatizado. Esto parece indicar que somos más eficientes, pero no siempre es así. Si automatizamos, por ejemplo, pensamientos que nos dificultan lo que hacemos, nos vemos estresados y agobiados. Esto es lo que pasa con todos aquellos pensamientos automáticos negativos que se han convertido en tóxicos y nos generan estrés, ansiedad o tristeza.
Pensamientos automáticos
El cerebro analiza y procesa millones de estímulos diariamente. Lo hace de una forma tan automática que no somos conscientes de ello, y solo un porcentaje mínimo es visto por nuestra conciencia. Si no lo hiciera, nos sobrecargaríamos y no podríamos ser funcionales. Es el motivo de que al entrar en una habitación no seamos conscientes de todo lo que hay, sino que solo nos fijemos en ciertos detalles que, por el motivo que sea, son significativos para nosotros. Nuestro cerebro solo se fija en aquello que considera significativo.
Este procesamiento también hace que tengamos pensamientos y acciones automatizadas, por el mismo sistema de ahorro cognitivo. Podemos observarlo cuando conducimos, que no estamos pendientes de pisar los pedales o mover el volante, sino que nuestro cerebro lo va haciendo de forma automática. Con los pensamientos pasa lo mismo, y es donde muchas personas sufren el inconveniente: hay ciertos pensamientos que son repetitivos y que interfieren significativamente con la vida normal. Como todo se ha procesado a lo largo del tiempo, en algún momento, por la educación o las experiencias vividas, fueron interiorizándose y llegaron a ser parte del repertorio cognitivo de la persona.
Así interfieren
Cuando nos paramos a analizar varias de las cosas que nos impiden diariamente alcanzar un bienestar, existen varios factores, aunque la mayoría parecen ser externos a nosotros. Dentro de los que sí podemos encontrar en nuestro interior, hallamos los pensamientos automáticos, aquellas afirmaciones que nuestra cabeza nos repite, normalmente formulados de la misma manera, y que oímos especialmente si estamos más tensos y nerviosos o en situaciones que son nuevas para nosotros. Lo ideal sería que estuvieran ahí para darnos ánimo, pero no siempre sucede esto. De hecho, disparan emociones negativas.
Estos pensamientos tóxicos se relacionan con la autoestima, los síntomas depresivos o el estrés laboral. Aparece como una voz en nuestra cabeza que nos habla sobre nuestra falta de valía, que todo va a salir igual que siempre o que no merece la pena que hagamos algo por cambiar las cosas. Este tipo de pensamientos acaban boicoteando lo que hacemos, haciendo que fracasemos y teniendo finalmente la razón. No son pensamientos que lean el futuro sino intrusivos y limitantes.
Este puede ser el origen
¿Por qué acabamos interiorizando pensamientos tóxicos? ¿No han estado siempre hay? Cando se juntan una serie de factores, podemos llegar a tener una mayor tendencia a acumular pensamientos automáticos negativos. Educaciones rígidas y exigentes, eventos traumáticos o vivencias negativas no resueltas se van quedando dentro de nosotros si no las trabajamos, tal y como se hace en la terapia psicológica. Esto crea un esquema cerebral, un modo de cómo el cerebro cree que son las cosas, lo que le permite predecir acontecimientos y trabajar de una manera más eficiente. Además, se centra en aquello eventos que confirmen su hipótesis.
Muchas veces, si nos paramos a analizar estos pensamientos, nos damos cuenta de que nos repiten las mismas frases que hemos escuchado a lo largo de nuestra vida. Son frases de nuestros padres, de nuestros profesores o de antiguas parejas. Hablan de falta de valía y acaban siendo una tortura para quienes lo sufren.
Pensamientos tóxicos recurrentes
Parece que, al tener pensamientos tóxicos, nuestro mayor enemigo se encuentre en nuestra mente, pero no es así. Todo lo que el cerebro hace, va dirigido a ayudarnos, aunque no siempre diferencia lo que al final sí logra esa meta de las cosas que no. Somos nosotros mismos los que debemos volver a reeducarlo para que vaya hacia el mismo punto que nosotros.
Los siguientes pensamientos tóxicos son los más recurrentes y lo que más daño pueden hacernos:
- No valgo para nada: generaliza basándose solo en algunos errores que se hayan cometido o en malas decisiones, haciendo de eso la norma.
- Los demás están contra mí: no existe un complot para que a ti no te salgan bien las cosas. De hecho, puede que simplemente se vuelva a generalizar hechos concretos que haga que todos parezcan malos.
- Si lo pienso es porque es verdad: hemos visto ya que no solo porque esté en nuestra cabeza tenga que ser cierto. El cerebro se confunde con demasiada frecuencia.
- No voy a estar a la altura: uno de los pensamientos más ligados a la autoexigencia y al perfeccionismo.
- Todo lo malo me ocurre a mí: aunque el mundo no se caracteriza por medir todo en una balanza, no es cierto que todo lo negativo se concentre en una sola persona.
- No puedo cambiar las cosas: lo que no podemos cambiar son solo algunas cosas, pero no todas. A veces hay alternativas que no estamos viendo.
Evita esos pensamientos
Lo que más nos preocupa cuando empezamos a ver que tenemos pensamientos tóxicos es no sepamos controlarlos. Como son parte de nosotros, nos creemos condenados a vivir con ellos. Sin embargo, no es así. Hay diversas estrategias que nos pueden ayudar a controlarlos.
Empieza a hacer esto:
- Párate y observa: los pensamientos recurrentes tienen primero que analizarse para después ponerse a prueba.
- Busca el origen: ¿En qué momento del pasado oíste ese tipo de pensamientos? Allí puede que te sirvieran, pero en estos momentos ya no.
- Encuentra el motivo: ¿Qué función tiene ese pensamiento? Tal vez quiera protegerte de un daño, por ejemplo. Entonces úsalo para encontrar los límites que de verdad te protejan, pero que no te aíslen.
- Pensamiento alternativo: genera todos aquellos pensamientos que sí te sean útiles en este momento de tu vida.
Los pensamientos tóxicos surgen de forma automática, se acumulan en base a las experiencias vividas o la educación recibida. Sí pudieron ser útiles en momentos de nuestra vida, pero ya no lo son. Prueba todas estas estrategias para poder pararlos y si ves que no lo logras, busca ayuda.
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